- - Es una zorra –oí nada más subirme a la elíptica.
Y automáticamente agudicé el oído (fue un reflejo, lo juro).
- - A mí me parece fatal.
- - Sí, porque le pone a cien y luego nada
–explicaba la rubia recién teñida a su compi de dentadura fosforescente.
- - ¿Pero nada nada?
- - Dice que durante días: nada.
- - Es una calientepollas.
La palabrita. La dichosa palabrita. Odio ese adjetivo. Todas
mis alarmas saltaron de golpe, y tuve que reprimir una mirada de odio hacia esas
mujeres que a mi lado hablaban así de otra mujer, probablemente su amiga. Miré
al frente y apreté el paso con una rara mezcla de indignación y curiosidad
irrefrenable.
- - Le manda WhatsApps subiditos cuando él está en
el trabajo, y luego queda a comer con él pero anula la cita a última hora –
explicaba la reportera más dicharachera de Radio Macuto mientras dibujaba unas
comillas invisibles, sin soltar el manillar de su máquina, al mencionar
lentamente la palabra “comer”.
- - ¡Nooooh!
- - ¡Como te lo estoy contando! Y luego no creas, que por la noche se
acuestan y ella no le hace el menor caso, se da la vuelta y se pone a dormir
–se indignaba la de pelo casi albino y piel abonada a los UVA mientras informaba a
una audiencia inexistente frente a ella.
- - ¿Te lo ha contado ella?
- - Totalmente…
A pesar de mi respiración de
Darth Vader (léase darveider) y de que empezaba
a sudar como Rusell Crowe en “Gadiator”, pude seguir el hilo de la conversación.
Parece ser que la amiga, la
ausente, ponía a cien a su gordi. Le provocaba para no satisfacerle hasta pasados
un par de días. Eso a él le volvía loco y llegaba un punto en el que, al llegar
a casa, se abalanzaba sobre su aparentemente retorcida e indiferente esposa. Incluso
peleaban físicamente. Pero ella conseguía zafarse de él.
- - Si hasta se insultan y todo.
- - ¡Nooooh!
- - Totalmente… ¿Y sabes cómo termina la cosa?
- - ¿Cómo?
¿Cómo? ¿Cómo? Por el amor de
Dios, ¿cómo?
- - Que al final lo hacen: él como que la viola.
- - ¡Noooooh!
- -- ¡Sí! ¿Y sabes qué es lo peor de todo?
- - ¿Qué?
- - Que a ella le gusta, ¡le encanta!
- - ¡Nooooh! ¡Qué fuerteee! –soltó la de sonrisa de
neón reprimiendo un gritito a la mitad.
Sí, a ella le encanta. Y a mis
locutoras les parecía que esa mujer era una calientapollas que se lo estaba
buscando, y que pobrecita pero que no debería ser tan zorrón, que los hombres
cuando se encienden… ya se sabe.
Pero yo creo que ellas no
entendieron nada. Creo que no pillaron que lo que “la zorra” y su chico hacían
era jugar. Que disfrutaban de la excitación en sí misma, de sostener la
expectativa, de alimentar el deseo, de seducir, de llevar el anhelo hasta las
últimas consecuencias. Creo que aplicaban la diversión y la creatividad a su
erótica y que no hacían daño a nadie sino que habían encontrado un modo de
elevar la temperatura de sus encuentros y de mantener la curiosidad y la aventura en la relación. Y
que, seguramente, en su pasión había mucha más ternura y verdadera intimidad de
lo que sus pesudoamigas pensaban.
Me habría encantado pedirles el
teléfono de esa mujer. No solo para chivarme de que su confidente hablaba mal
de ella a sus espaldas sino, y sobre todo, para felicitarla por dominar el
difícil arte de tirar y aflojar.
¡Por fin te atrapé! Ya eres mía…
Escultura de Bernini: “El rapto de Proserpina”.
Escultura de Bernini: “El rapto de Proserpina”.
¿Juegas con el deseo? ¿Consigues
dominarlo en lugar de que este te domine a ti? ¿Cómo lo haces? Comparte con
nostras tus experiencias.
A los tios el deseo nos domina toda la vida hasta la muerte... como lo del chiste:
ResponderEliminarDos señoas hablan en el bingo acerca del marido de una de ellas, que está muy debil:
-Pero como no va estar Pepe en los huesos, si es que no me come nada…
-¿Y eso…?
-Bueno… ¡eso sí!
Marco
Marco, gracias por tu comentario. El deseo es algo maravilloso; y jugar con él se convierte en toda una aventura; la llamamos "erótica". Merece la pena conocerla y cultivarla, recrearnos en ella. Eso hace que las relaciones sean mucho más ricas, y no estoy hablando solo de cama. Un saludo.
ResponderEliminar