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El amor lo inventaron las mujeres.
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Ahá –responde Ainoa, más interesada en la
aceituna macerada en su Martini que en mis palabras.
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No lo digo yo, lo dice el filósofo AndréCompte-Sponville.
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¿Simmm?
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En su libro “Ni el sexo ni la muerte” asegura que
a los hombres les basta con la guerra y el sexo...
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Doy fe.
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… y que nosotras pusimos el amor en la relación
porque la maternidad nos enseñó a amar. En la noche de los tiempos, se
entiende.
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Eso ya lo sabía yo, cielo.
Ainoa ha venido algo sobradita. Es directiva en una
multinacional y tiene días muy malos. Hoy es uno de esos, porque va de lista y
porque se pide un segundo Martini y no llevamos más de diez minutos en la barra
del Cock. Me pregunto cómo acabará todo esto.
Para empezar, me cuenta su fascinante teoría sobre las
mujeres, el amor y el fuego.
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Sí, ya sabía que el amor lo inventamos nosotras.
Tengo una teoría. Cuando la Humanidad dominamos el fuego, pudimos introducirlo
en las cavernas. Y entonces, en lugar de dormir al caer la noche, por fin
podíamos estar todo el clan juntos sin hacer nada práctico. Ni cazar, ni
recolectar, ni hacer guardia en la entrada de la cueva o evitar que los
churumbeles se caigan en las zanjas. Solo estar reunidos en torno a la hoguera y
mirarnos a la cara. Ahí nació el amor, al mirarnos.
Me gusta, pero no entiendo por qué eso se nos ocurrió a
nosotras.
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Uno: porque los hombres caían rendidos. Cazar
cansa, cariño…
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Y criar también. Por no hablar de recolectar
frutos, curtir pieles, moler granos, amamantar…
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Pero cazar estresa, y el estrés agota. Lo sé. Y
cuando estás muy estresado, al llegar la noche haces masa con el sofá y tu
cerebro se vuelve de gomaespuma y ya ni piensas, ni miras ni nada.
Ainoa está quemada con el curre. Sigue con su teoría.
Tercer Martini.
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Dos: porque nosotras cuidábamos de que el fuego
no se apagase mientras ellos perseguían al mamut. Y nosotras estábamos con los
niños. Tuvo que ocurrírsele a una tía: niños, fuego… ¿No ves?
No, no lo veo nada claro, pero asiento. Continúa:
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También nosotras introdujimos el amor en el sexo. Fue ese día en el que nos
dimos la vuelta mientras nos la metían por detrás: les miramos a la cara y
dijimos “hola, ¿me reconoces? Soy la de la gruta de al lado. Si tengo un hijo
tuyo, tendrás que compartir la custodia”.
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Eso no es amor, Ainoa, es economía doméstica.
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Bueno, y un poquito de amor porque el roce hace
el cariño.
Y entonces me acuerdo de algo que leí hace tiempo no sé bien
dónde: que el orgasmo femenino no es necesario para la reproducción, razón por
la que no nos vino de serie y por lo que en aquellos lejanos tiempos no lo
teníamos. Nos lo inventamos. El objetivo
era crear con el hombre un vínculo de intimidad impactante. Un vínculo tan fuerte
que él se sintiera fascinado y quisiera quedarse a nuestro lado y cuidar de la
prole. Se lo cuento a mi amiga que chupa extasiada el palillo de su Martini.
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O sea, que el orgasmo es también pura
economía doméstica, ¿no, chati?
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Algo así. Tal vez. Y ya puestos, también los
pechos son economía doméstica.
Mi amiga no entiende. Esta vez soy yo quien expone su teoría:
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Cuando las mujeres nos dimos la vuelta mientras
hacíamos el amor, tal y como tú dices, hubo un cambio sustancial: los hombres
dejaron de tener de frente el culo, un par de buenas y turgentes nalgas que
acariciar mientras copulaban. Y nosotras, siempre complacientes, desarrollamos
los pechos para que no echaran de menos las nalgas ni volvieran a colocarnos a
lo perrito. Generación tras generación, se supone.
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Eso no es economía doméstica, Cris, eso es morbo
puro.
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Puro morbo, sí. El morbo lo inventamos las
mujeres: somos morbooooosas…
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Desde el principio de los tiempos.
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Desde el principio de los tiempos.
Y brindamos por el morbo. Ella con su cuarto Martini, yo con
mi Vodkatonic número uno casi sin estrenar. La noto más relajada. Toma un trago
y la palabra:
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El caso es que hace falta esa hoguera, estar
juntos sin hacer nada práctico para que surja el morbo, para que se fijen en
nuestras turgentes nalgas delanteras…
Ainoa es muy buena explicando conceptos complejos con una
simple imagen. Siempre me inspira.
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… y nosotros podamos mirarles a los ojos…
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Y un poquito más abajo, reina, que para ser
sexóloga te veo muy romanticona.
Le replico que la sexología es muy romántica. Que el sexo lo
es. Y que lo es el morbo.
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¿El morbo?
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Sí, también el morbo es romántico. Es romántico
todo lo que nos acerca al otro…
Mi amiga me conoce, me ve cara de dar un discursito sobre la
vulnerabilidad y el deseo. Pero reconsidero esta posibilidad porque la veo
demasiado entonada como para tomarme en serio. Es más, veo que paga, se pone el
abrigo y agarra su bolso con la expresión de haber tenido una buenísima idea.
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Lo siento, cielo. Se me hace tarde. Me voy a
casa a encender el fuego: quiero pasar una noche romántica.
Y me deja plantada, con mi copa a medias.
¿Un tronquito más mientras charlamos?
(Imagen del Elvgren)
Y tú, ¿piensas que el amor es un invento de las mujeres?
Pues si hay que elegir, fijo que se nos ocurrió a nosotras. Más que nada porque podemos hacer dos cosas a la vez: mirarnos en las cuevas y pensar. Ellos quizás se habrían mareado con tanta actividad neuronal...digo yo.
ResponderEliminarJa, ja, ja... Muy bueno. Lo de que el hombre no es capaz de hacer dos cosa a la vez no es solo un tópico, algo de verdad tiene. Su manera de pensar se parece a un mueble con mucho cajones, un archivador: si miran en un cajón no pueden mirar en otro. La nuestra es más bien como una librería: a base de estantes en los que conviven, a la vista, libros, fotos, souvenires... De un vistazo abarcamos todo.
ResponderEliminarGracias por tu comentario.
Yo creo que sí, que fueron las mujeres las que inventaron lo del amor... Fue más o menos en la misma época en la que apareció el troncomóvil: al darse cuenta de lo mal que lo conducían y lo aparcaban a la puerta de la cueva, decidieron que tenían que hacer algo útil y... ¡zas!, surgió el amour...;))
ResponderEliminarEnhorabuena por el post.
Yon de las Kavernas.