6 feb 2013

DE HOGUERAS, NALGAS Y ECONOMÍA


-          El amor lo inventaron las mujeres.
-          Ahá –responde Ainoa, más interesada en la aceituna macerada en su Martini que en mis palabras.
-          No lo digo yo, lo dice el filósofo AndréCompte-Sponville.
-          ¿Simmm?
-          En su libro “Ni el sexo ni la muerte” asegura que a los hombres les basta con la guerra y el sexo...
-          Doy fe.
-          … y que nosotras pusimos el amor en la relación porque la maternidad nos enseñó a amar. En la noche de los tiempos, se entiende.
-          Eso ya lo sabía yo, cielo.

Ainoa ha venido algo sobradita. Es directiva en una multinacional y tiene días muy malos. Hoy es uno de esos, porque va de lista y porque se pide un segundo Martini y no llevamos más de diez minutos en la barra del Cock. Me pregunto cómo acabará todo esto.

Para empezar, me cuenta su fascinante teoría sobre las mujeres, el amor y el fuego.

-          Sí, ya sabía que el amor lo inventamos nosotras. Tengo una teoría. Cuando la Humanidad dominamos el fuego, pudimos introducirlo en las cavernas. Y entonces, en lugar de dormir al caer la noche, por fin podíamos estar todo el clan juntos sin hacer nada práctico. Ni cazar, ni recolectar, ni hacer guardia en la entrada de la cueva o evitar que los churumbeles se caigan en las zanjas. Solo estar reunidos en torno a la hoguera y mirarnos a la cara. Ahí nació el amor, al mirarnos.

Me gusta, pero no entiendo por qué eso se nos ocurrió a nosotras.

-          Uno: porque los hombres caían rendidos. Cazar cansa, cariño…
-          Y criar también. Por no hablar de recolectar frutos, curtir pieles, moler granos, amamantar…
-          Pero cazar estresa, y el estrés agota. Lo sé. Y cuando estás muy estresado, al llegar la noche haces masa con el sofá y tu cerebro se vuelve de gomaespuma y ya ni piensas, ni miras ni nada.

Ainoa está quemada con el curre. Sigue con su teoría. Tercer Martini.

-          Dos: porque nosotras cuidábamos de que el fuego no se apagase mientras ellos perseguían al mamut. Y nosotras estábamos con los niños. Tuvo que ocurrírsele a una tía: niños, fuego… ¿No ves?

No, no lo veo nada claro, pero asiento. Continúa:

-          También nosotras introdujimos  el amor en el sexo. Fue ese día en el que nos dimos la vuelta mientras nos la metían por detrás: les miramos a la cara y dijimos “hola, ¿me reconoces? Soy la de la gruta de al lado. Si tengo un hijo tuyo, tendrás que compartir la custodia”.
-          Eso no es amor, Ainoa, es economía doméstica.
-          Bueno, y un poquito de amor porque el roce hace el cariño.

Y entonces me acuerdo de algo que leí hace tiempo no sé bien dónde: que el orgasmo femenino no es necesario para la reproducción, razón por la que no nos vino de serie y por lo que en aquellos lejanos tiempos no lo teníamos. Nos lo inventamos.  El objetivo era crear con el hombre un vínculo de intimidad impactante. Un vínculo tan fuerte que él se sintiera fascinado y quisiera quedarse a nuestro lado y cuidar de la prole. Se lo cuento a mi amiga que chupa extasiada el palillo de su Martini.

-          O sea, que el orgasmo es también pura economía doméstica, ¿no, chati?
-          Algo así. Tal vez. Y ya puestos, también los pechos son economía doméstica.

Mi amiga no entiende. Esta vez soy yo quien expone su teoría:

-          Cuando las mujeres nos dimos la vuelta mientras hacíamos el amor, tal y como tú dices, hubo un cambio sustancial: los hombres dejaron de tener de frente el culo, un par de buenas y turgentes nalgas que acariciar mientras copulaban. Y nosotras, siempre complacientes, desarrollamos los pechos para que no echaran de menos las nalgas ni volvieran a colocarnos a lo perrito. Generación tras generación, se supone.
-          Eso no es economía doméstica, Cris, eso es morbo puro.
-          Puro morbo, sí. El morbo lo inventamos las mujeres: somos morbooooosas…
-          Desde el principio de los tiempos.
-          Desde el principio de los tiempos.

Y brindamos por el morbo. Ella con su cuarto Martini, yo con mi Vodkatonic número uno casi sin estrenar. La noto más relajada. Toma un trago y la palabra:

-          El caso es que hace falta esa hoguera, estar juntos sin hacer nada práctico para que surja el morbo, para que se fijen en nuestras turgentes nalgas delanteras…

Ainoa es muy buena explicando conceptos complejos con una simple imagen. Siempre me inspira.

-          … y nosotros podamos mirarles a los ojos…
-          Y un poquito más abajo, reina, que para ser sexóloga te veo muy romanticona.

Le replico que la sexología es muy romántica. Que el sexo lo es. Y que lo es el morbo.

-          ¿El morbo?
-          Sí, también el morbo es romántico. Es romántico todo lo que nos acerca al otro…

Mi amiga me conoce, me ve cara de dar un discursito sobre la vulnerabilidad y el deseo. Pero reconsidero esta posibilidad porque la veo demasiado entonada como para tomarme en serio. Es más, veo que paga, se pone el abrigo y agarra su bolso con la expresión de haber tenido una buenísima idea.

-          Lo siento, cielo. Se me hace tarde. Me voy a casa a encender el fuego: quiero pasar una noche romántica.
      
     Y me deja plantada, con mi copa a medias.

¿Un tronquito más mientras charlamos?
(Imagen del Elvgren)

Y tú, ¿piensas que el amor es un invento de las mujeres?


3 comentarios:

  1. Pues si hay que elegir, fijo que se nos ocurrió a nosotras. Más que nada porque podemos hacer dos cosas a la vez: mirarnos en las cuevas y pensar. Ellos quizás se habrían mareado con tanta actividad neuronal...digo yo.

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  2. Ja, ja, ja... Muy bueno. Lo de que el hombre no es capaz de hacer dos cosa a la vez no es solo un tópico, algo de verdad tiene. Su manera de pensar se parece a un mueble con mucho cajones, un archivador: si miran en un cajón no pueden mirar en otro. La nuestra es más bien como una librería: a base de estantes en los que conviven, a la vista, libros, fotos, souvenires... De un vistazo abarcamos todo.
    Gracias por tu comentario.

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  3. Yo creo que sí, que fueron las mujeres las que inventaron lo del amor... Fue más o menos en la misma época en la que apareció el troncomóvil: al darse cuenta de lo mal que lo conducían y lo aparcaban a la puerta de la cueva, decidieron que tenían que hacer algo útil y... ¡zas!, surgió el amour...;))

    Enhorabuena por el post.

    Yon de las Kavernas.

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