Ainoa está frustrada.
Su marido ya no es el que era: un pintor trotamundos,
fascinante e impredecible. La vida familiar le ha pasado factura, y ahora él solo
se dedica a trabajar y a cocinar.
- - No necesito que me guise: pago a una persona
para que lo haga. Necesito que… que… Necesito que abra una botella de vino
cuando cae la noche.
Ainoa es sabia; sabe contar las cosas de manera que yo
pueda comprenderlas: hace la foto. Y yo lo entiendo.
- - Ainoa, cielo, me temo que James se ha
convertido… en una buena esposa.
Mi amiga es directiva en una multinacional. Trabaja mucho
y con mucha presión. Y tiene tres hijos pequeños. James, que es británico y por
tanto no machista (“eso forma parte de su encanto”, me contó ella en su día) no
tiene ningún problema en ganar menos que ella ni en preparar el arroz pilaf que
su mujercita se lleva en un tupper a la ofi.
Cuando los niños llegan a casa, James se encierra en la
cocina para no ocuparse de ellos, y para sentir que hace algo útil por su mujer multitarea, que adora comer y vuelve a
casa agotada.
- - Ya no nos divertimos juntos. Ya no hacemos
nada juntos. Ni siquiera hacemos el amor…
Su marido es bueno: quiere ayudar. Pero no sabe cómo.
Ainoa lo resume a su manera, con una frase:
- - Es más fácil hacer croquetas que querer a las
personas.
Intento aportar un punto de vista menos derrotista y,
mientras escogemos bolso en el mercadillo, le expongo mi análisis.
- - Habéis perdido la erótica: él ha renunciado a
una parte de sí mismo, la bohemia, por la familia. Ahora se limita a la pura supervivencia:
ganar dinero y hacer que no estés de malhumor.
Porque Aino tiene un genio que no veas, y cansada hasta
da miedo… Intento resumir:
- - Ha perdido su esencia, ha dejado de ser él.
Si uno deja de ser uno, no tiene nada que dar. Nos pasa a
todos, hombres y mujeres. Tanto adaptarse a las circunstancias de un trabajo
estresante, una familia estresante, un economía estresante… que se pierde el
norte. Y cuando ya no sabemos quiénes somos dejamos de sentir y solo
sobrevivimos. Aprovecho mi disertación para convencerla de mi teoría de que hay
que agendar el sexo. El deseo no entiende de horarios, pero los encuentros sí:
hay que planificarlos. Porque de los encuentros, quién sabe, tal vez sí aparezcan
las ganas de algo interesante en posición horizontal.
-
Ainoa, nena, debéis encontrar hueco para
vosotros.
Y me dice que no lo encuentra, que en realidad no le
apetece, que está cansada y resentida, que lo de irse a la cama le suena a
chino.
- - No te vayas a la cama, sencillamente
¡coquetea! Él se sentirá deseado, estará receptivo y… poco a poco, la erótica
hará su entrada.
Y ella, tan ejecutiva, se compromete a hacer un planning
de seducción. Y se propone reservar a la semana por lo menos dos horas, seguidas
o no, para dejar de ser solo padres y volver a sentirse hombre y mujer. Pasear
por el barrio, tomarse un aperitivo, apagar la tele y charlar, leerle él a ella
un libro en voz alta…
Un mes después recibo un whatsApp con un LO HEMOS
HECHO!!!!! ;D y quedo con mi eficaz amiga ante un Martini en Arturo Soria.
- - Tenías razón, nos hacía falta encontrar
tiempo para estar solos.
Y me explica que a lo mejor es una tontería, pero que ella
no quería coquetear con su James porque le parecía que si lo hacía tenía que
acostarse con él, y que eso le daba bajonazo.
- - Pero, fíjate, coquetear sin sentirme en la
obligación de tener que irme a la cama después ha hecho que la cosa sea mucho más
divertida. Y más relajada. Hasta me animé a decirle que prefería que no me
cocinara, que mejor nos dábamos un paseo antes de cenar. Y en uno de ellos,
pues… nos morreamos. Y luego, cuando los niños se acostaron, James descorchó
una botella de vino y…
Y tal…
Es la lógica del deseo: no
te impongas nada, que ya saldrá solito. Las ganas se saben el camino mucho
mejor que nosotros.
¿Una copita, cariño? A lo mejor te animas un poco, que te veo tristona...
Ingrid y Cary en “Notorius”,
de Hitchcock.
¿La rutina puede con tu vida
sexual? ¿Qué haces para remediarlo? Comparte tus experiencias con nosotras.
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