“Con los niños, el trabajo, el chateau… No es fasil… acabo
agotada”.
Cecile, a pesar de ser francesa, es también una mujer de su
tiempo, es decir, una mujer sin tiempo para el sexo. Su comentario me dejó
desolada: el mito erótico de las francesas ardientes se derrumbó ante mi tinto
de verano.
“Entonces… ¿lo hacéis poco?”, pregunté intentando no parecer
ni indiscreta ni sorprendida.
“Bueno… casi nada, ¿ah? Nunca encuentgo el momento…”.
Mi faceta de sexóloga me llevó a querer orientar a esta bella
mujer, políglota, profesional y casada con un atractivísimo hombre de negocios,
pero compuesta y sin polvo. “Bueno, lo cierto es que a veces da pereza empezar,
pero una vez puestos…”.
“Nononono, es que me pongo a pensag en todas las cosas que
quedan pog haseg, a organisag la agenda de mañana, y se me cogta el gollo total”.
Hablaba bajito, como buena extranjera, pero lo hacía un poco más bajo de lo
habitual.
Hum, me puse a reflexionar… ¡Y encontré la solución! Acababa
de recordar la primera clase de mi máster en Sexología Avanzada: el imaginario
erótico, las fantasías.
Adopté un tono profesional, como de “querida oyente”: “Yo
creo que si tu cabeza no puede parar de pensar, lo mejor es que sustituyas un
pensamiento no erótico por otro sí erótico. Es decir, en lugar de repasar la
lista de la compra, ¿por qué no te inventas una fantasía? Eso te excitará”.
“Mais non!”, se escandalizó, “¡no puedo haseg eso a Pierre!
Pensag en otro mientras estoy con él…”.
Mientras sepultaba para siempre los añicos del ídolo de las
Ardientes Francesas, intenté explicarle que las fantasías son completamente
inofensivas, que Pierre estaría encantado de tener entre sus brazos a su chica
excitada, fuera por la razón que fuera; que el moralismo religioso, científico
y político nos ha hecho creer que imaginar es lo mismo que hacer: si somos
infieles de pensamiento es que somos infieles en realidad. Y que por eso nos da
miedo imaginar, porque creemos que nos vamos a encontrar, en el sótano de
nuestros deseos, al monstruo más abominable que pudiera existir. Pero la
conversación dio un giro inesperado, muy a la francesa: se puso a hablar de mí.
“Tú me dijiste hase tiempo que tienes un día fijo a la
semana en el que quedas con tu magido paga haseg el amog, ¿no? ¿Sigues con
eso?”.
Y le aclaré que ya no porque ahora soy "free-lance" y mi
marido también lo es y los dos tenemos mucho más tiempo libre de lunes a
viernes, y que mi hija ya hace un poco su vida durante los fines de semana y
pasamos más tiempo solos, pero que aun así soy completamente partidaria de
agendar el sexo en la pareja porque eso de “cuando surja” se queda en agua de
borrajas, ya que entre unas cosas y otras nunca surge y cuando surge es a la
hora de irse a dormir que es cuando nosotras solo queremos eso: dormir
tranquilitas porque no podemos más…
Pero mi arenga se interrumpió. Nuestros hombres, bronceados
y relajados, venían hacia nosotras con una sonrisa de oreja a oreja y una
botella de Albariño en una cubitera.
“¡Chicas!, los niños han subido al pueblo a cenar y a la
feria. ¡Estamos solos! ¿Nos tomamos una copita rápida… y cada
mochuelo a su olivo?”.
¿Y el sexo, cuándo? ¿Por la noche, cuando me muero de sueño?
Hum…
Ilustración de Amos Sewell.
¿Eres partidaria de agendar el sexo? ¿Cómo resuelves tú la
falta de tiempo? Comparte con nostras tus ideas.
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